lunes, 27 de septiembre de 2021

[CUENTO 1] LA INCURSIÓN. (1852)

 


LA INCURSIÓN (1852)

 

I

La incursión es un relato autobiográfico sobre la estadía de Tolstói en el Cáucaso, y donde se habla de las acciones del ejército ruso contra los lugareños. El autor, como lo hará en Relatos de Sebastopol , arremete contra la guerra como una actividad contraria a nuestra condición humana.

II

La naturaleza con sus bellos paisajes y sus diversas manifestaciones vitales nos muestra que el humano proviene de ella, pero se ha alejado para satisfacer sus ambiciones egoístas. El poeta José Barreto una vez me dijo: “ Basta sólo contemplar el campo, sus árboles, el canto de los pájaros en sus amaneceres para concluir que el hombre está demás”.

Tolstói dice:

La Naturaleza respiraba belleza y fuerza, que armonizaban íntimamente.

¿Es posible que los hombres se sientan estrechos viviendo en un mundo tan bello, bajo ese inacabable cielo estrellado? ¿Cabe que puedan albergarse en el alma humana la maldad, el sentimiento de venganza o el deseo de destruir a sus semejantes ante esa Naturaleza tan acogedora? Toda la maldad debería desaparecer del corazón del hombre al sólo contacto con la Naturaleza, la expresión más evidente de la belleza y el bien.

 

III

Tolstói habla de la amistad que puede establecerse entre soldados de diferentes bandos como una demostración de que la guerra es asunto de otros. Y esto último nos hace recordar una frase de Blaise Pascal: “¿Puede haber algo más ridículo que la pretensión de que un hombre tenga derecho a matarme porque habita al otro lado del agua y su príncipe tiene una querella con el mío, aunque yo no la tenga con él?”.

 

El siguiente párrafo del cuento de Tolstói habla por si solo:

“Una vez, en una de sus expediciones nocturnas en compañía de sus amigos, después de herir en una pierna a un chechén rebelde, consiguió capturarlo. El chechén vivió durante siete semanas con el teniente, que lo atendió y lo cuidó como a un amigo querido; y, una vez curado, lo dejó irse, haciéndole muchos obsequios. Poco después, durante una expedición en que el teniente retrocedía defendiéndose del enemigo, oyó que alguien lo llamaba por su nombre desde las filas contrarias; y su amigo, al que había herido en aquella ocasión, se adelantó, invitando al teniente a hacer lo mismo por medio de señas. El teniente se acercó a su amigo y le estrechó la mano”.

IV

Auxilios médicos y la muerte de un joven alférez o quién debe enterrar a quién:

Al llegar el doctor, tomó de manos del practicante las vendas, las sondas y otros instrumentos y, remangándose, se acercó al herido con una sonrisa llena de animación.

-A usted también le han hecho un agujero en un sitio sano –dijo, en tono de broma-. Enséñemelo.

El abanderado obedeció; pero la mirada que dirigió al alegre doctor reflejaba extrañeza y reproche que éste no percibió. El médico comenzó a sondear la herida y a examinarla por todos lados; pero el herido, perdiendo la paciencia, rechazó su mano con un gemido…

-Déjeme –exclamó con voz apenas perceptible-. De todos modos, me he de morir.

Al decir estas palabras, dejó caer la cabeza hacia atrás y, al cabo de cinco minutos, cuando me acerqué al grupo que se había formado en torno a él y pregunté a un soldado: “¿Cómo sigue?” me contestó: “está agonizando.”

V

 

“Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba y en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos a la tumba”. (Heródoto de Halicarnaso, Padre de la Historia.)

PÁRRAFOS:

1

Una discusión filosófica sobre la valentía:

-¿Qué es lo que llama usted ser valiente?

-¿Valiente? ¿Valiente?- repitió el capital, con la expresión del hombre al que se le presenta por primera vez semejante pregunta-. Es valiente el que se conduce como debe- concluyó, después de pensar un poco.

Recordé que Platón, define la valentía diciendo que es el conocimiento de lo que se debe temer y de lo que no se debe temer. A pesar de que la definición del capitán era vulgar y la había expresado de un modo confuso, pensé que la idea básica de ambos no era tan diferente como parecía a simple vista. Incluso la definición del capitán era más justa que la del filósofo griego, porque, de haber podido expresarlo como Platón, probablemente habría dicho que es valiente el que teme sólo lo que se debe temer y no se teme lo que no se debe temer.

Quise explicar mi idea al capitán.

-Me parece –dije- que en todo peligro existe un derecho de elección. Y cuando, por ejemplo, se elige el peligro, dejándose llevar por un sentimiento de deber, es valentía; pero cuando se hace bajo la influencia de un sentimiento mezquino, es cobardía. Por tanto, al hombre que arriesga su vida por ambición, curiosidad o codicia, no se le puede llamar valiente; y, por el contrario, al que se niega a exponerse impulsado por el noble sentimiento del deber hacia la familia o, sencillamente, por convicción, no se le puede considerar cobarde.

2

Uno de los personajes comulga con los principios de la guerra:

Estaba seguro de que el odio, la venganza y el desprecio hacia el género humano era los sentimientos poéticos más elevados.

3

 

 

El silencio de la noche:

 

En el destacamento reinaba un silencio absoluto, se percibían distintamente todos los rumores de la noche llenos de un misterioso encanto: el lejano y quejumbroso aullido de los chacales, que tan pronto parecía llanto desesperado como sonoras carcajadas; el monótono y penetrante canto de los grillos, el croar de las ranas, el grito de la codorniz y un rumor que se acercaba y que no me podía explicar. Todos los murmullos de la Naturaleza, apenas perceptibles, y que no se pueden comprender ni definir, se confundían en una melodía grave y hermosa que solemos llamar el silencio de la noche. Ese silencio se interrumpía o, mejor dicho, se confundía con el ruido sordo de los cascos de los caballos y el rumor de la alta hierba, producido por las tropas que avanzaban lentamente.

2

Final poético:

El sol se había ocultado tras de la cadena de montañas nevadas y arrojaba sus últimos rayos rosados sobre una nube alargada y estrecha detenida en el diáfano horizonte. Las montañas nevadas empezaban a ocultarse en una niebla violácea y sólo se divisaban con extraordinaria claridad sus siluetas sobre el fondo carmesí del sol poniente.

La luna que se había remontado desde hacía rato empezaba a blanquear en el cielo azul oscuro. El verdor de la hierba y de los árboles oscurecía, cubriéndose de rocío. Las tropas, que formaban unas masas oscuras, avanzaban por la magnífica pradera produciendo un ruido acompasado; de todos los lados se oían panderos, tambores y alegres cantos. El tenor de la sexta compañía cantaba a pleno pulmón y los sonidos de su voz grave, llenos de sentimiento y de fuerza, se difundían a lo lejos en el aire diáfano de la noche.

 

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