LA INCURSIÓN (1852)
I
La incursión es un relato autobiográfico sobre la
estadía de Tolstói en el Cáucaso, y donde se habla de las acciones del ejército
ruso contra los lugareños. El autor, como lo hará en Relatos de Sebastopol ,
arremete contra la guerra como una actividad contraria a nuestra condición
humana.
II
La naturaleza con sus bellos paisajes y sus diversas
manifestaciones vitales nos muestra que el humano proviene de ella, pero se ha
alejado para satisfacer sus ambiciones egoístas. El poeta José Barreto una vez
me dijo: “ Basta sólo contemplar el campo, sus árboles, el canto de los pájaros
en sus amaneceres para concluir que el hombre está demás”.
Tolstói dice:
La Naturaleza respiraba belleza y fuerza, que
armonizaban íntimamente.
¿Es posible que los hombres se sientan estrechos
viviendo en un mundo tan bello, bajo ese inacabable cielo estrellado? ¿Cabe que
puedan albergarse en el alma humana la maldad, el sentimiento de venganza o el
deseo de destruir a sus semejantes ante esa Naturaleza tan acogedora? Toda la maldad
debería desaparecer del corazón del hombre al sólo contacto con la Naturaleza,
la expresión más evidente de la belleza y el bien.
III
Tolstói habla de la amistad que puede establecerse
entre soldados de diferentes bandos como una demostración de que la guerra es
asunto de otros. Y esto último nos hace recordar una frase de Blaise Pascal:
“¿Puede haber algo más ridículo que la pretensión de que un hombre tenga
derecho a matarme porque habita al otro lado del agua y su príncipe tiene una
querella con el mío, aunque yo no la tenga con él?”.
El siguiente párrafo del cuento de Tolstói habla por
si solo:
“Una vez, en una de sus expediciones nocturnas en
compañía de sus amigos, después de herir en una pierna a un chechén rebelde,
consiguió capturarlo. El chechén vivió durante siete semanas con el teniente,
que lo atendió y lo cuidó como a un amigo querido; y, una vez curado, lo dejó
irse, haciéndole muchos obsequios. Poco después, durante una expedición en que
el teniente retrocedía defendiéndose del enemigo, oyó que alguien lo llamaba
por su nombre desde las filas contrarias; y su amigo, al que había herido en
aquella ocasión, se adelantó, invitando al teniente a hacer lo mismo por medio
de señas. El teniente se acercó a su amigo y le estrechó la mano”.
IV
Auxilios médicos y la muerte de un joven alférez o
quién debe enterrar a quién:
Al llegar el doctor, tomó de manos del practicante las
vendas, las sondas y otros instrumentos y, remangándose, se acercó al herido
con una sonrisa llena de animación.
-A usted también le han hecho un agujero en un sitio
sano –dijo, en tono de broma-. Enséñemelo.
El abanderado obedeció; pero la mirada que dirigió al
alegre doctor reflejaba extrañeza y reproche que éste no percibió. El médico
comenzó a sondear la herida y a examinarla por todos lados; pero el herido,
perdiendo la paciencia, rechazó su mano con un gemido…
-Déjeme –exclamó con voz apenas perceptible-. De todos
modos, me he de morir.
Al decir estas palabras, dejó caer la cabeza hacia
atrás y, al cabo de cinco minutos, cuando me acerqué al grupo que se había
formado en torno a él y pregunté a un soldado: “¿Cómo sigue?” me contestó:
“está agonizando.”
V
“Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra
y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba y en la
guerra son los padres quienes llevan a sus hijos a la tumba”. (Heródoto de Halicarnaso,
Padre de la Historia.)
PÁRRAFOS:
1
Una discusión filosófica sobre la valentía:
-¿Qué es lo que llama usted ser valiente?
-¿Valiente? ¿Valiente?- repitió el capital, con la
expresión del hombre al que se le presenta por primera vez semejante pregunta-.
Es valiente el que se conduce como debe- concluyó, después de pensar un poco.
Recordé que Platón, define la valentía diciendo que es
el conocimiento de lo que se debe temer y de lo que no se debe temer. A pesar
de que la definición del capitán era vulgar y la había expresado de un modo
confuso, pensé que la idea básica de ambos no era tan diferente como parecía a
simple vista. Incluso la definición del capitán era más justa que la del
filósofo griego, porque, de haber podido expresarlo como Platón, probablemente
habría dicho que es valiente el que teme sólo lo que se debe temer y no se teme
lo que no se debe temer.
Quise explicar mi idea al capitán.
-Me parece –dije- que en todo peligro existe un
derecho de elección. Y cuando, por ejemplo, se elige el peligro, dejándose
llevar por un sentimiento de deber, es valentía; pero cuando se hace bajo la
influencia de un sentimiento mezquino, es cobardía. Por tanto, al hombre que
arriesga su vida por ambición, curiosidad o codicia, no se le puede llamar
valiente; y, por el contrario, al que se niega a exponerse impulsado por el
noble sentimiento del deber hacia la familia o, sencillamente, por convicción,
no se le puede considerar cobarde.
2
Uno de los personajes comulga con los principios de la
guerra:
Estaba seguro de que el odio, la venganza y el
desprecio hacia el género humano era los sentimientos poéticos más elevados.
3
El silencio de la noche:
En el destacamento reinaba un silencio absoluto, se
percibían distintamente todos los rumores de la noche llenos de un misterioso
encanto: el lejano y quejumbroso aullido de los chacales, que tan pronto
parecía llanto desesperado como sonoras carcajadas; el monótono y penetrante
canto de los grillos, el croar de las ranas, el grito de la codorniz y un rumor
que se acercaba y que no me podía explicar. Todos los murmullos de la
Naturaleza, apenas perceptibles, y que no se pueden comprender ni definir, se
confundían en una melodía grave y hermosa que solemos llamar el silencio de la
noche. Ese silencio se interrumpía o, mejor dicho, se confundía con el ruido
sordo de los cascos de los caballos y el rumor de la alta hierba, producido por
las tropas que avanzaban lentamente.
2
Final poético:
El sol se había ocultado tras de la cadena de montañas
nevadas y arrojaba sus últimos rayos rosados sobre una nube alargada y estrecha
detenida en el diáfano horizonte. Las montañas nevadas empezaban a ocultarse en
una niebla violácea y sólo se divisaban con extraordinaria claridad sus siluetas
sobre el fondo carmesí del sol poniente.
La luna que se había remontado desde hacía rato
empezaba a blanquear en el cielo azul oscuro. El verdor de la hierba y de los
árboles oscurecía, cubriéndose de rocío. Las tropas, que formaban unas masas
oscuras, avanzaban por la magnífica pradera produciendo un ruido acompasado; de
todos los lados se oían panderos, tambores y alegres cantos. El tenor de la
sexta compañía cantaba a pleno pulmón y los sonidos de su voz grave, llenos de
sentimiento y de fuerza, se difundían a lo lejos en el aire diáfano de la
noche.
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