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MUSEO
DE LAS ARMAS DE TULA
Pedro
I creó en Tula la fábrica de armamentos en 1712. De esta fábrica salieron casi
todas las armas usadas por el ejército ruso. Los más hermosos implementos para
la guerra (¡Vaya oxímoron!) se colocaron a buen resguardo por los trabajadores.
Esta colección creció, y en 1775, Catalina II ordenó colocarla en una sala
especial de la fábrica. Nacía así el protomuseo.
La
colección fue trasladada a Moscú, pero en 1873 fue regresada a Tula para
creación definitiva del museo. Con la llegada del Poder Soviético, en 1924, la
colección se dispersó por toda la fábrica. Durante la Segunda Guerra Mundial el
museo fue evacuado. En el 2012, el museo tenía un nuevo edificio, cuya
apariencia recuerda un casco militar medieval.
La forma debe reflejar la relación dialéctica con el contenido.
Junto
a armamentos de diferentes tipos y época hay algunos animales disecados. Tal
vez se les asocia a la cacería.
En
cada sala, el guía se detiene largo tiempo en explicaciones minuciosas sobre el
uso y manejo de cada ejemplar bélico, su alcance y poder mortal. Yo me salí de ese círculo y me paseé
rápidamente por todos los corredores.
Ya
en la calle, pensé que mientras haya fábrica de armas, habrá guerras. La
mercancía debe ingresar al mundo de la oferta y la demanda. La demanda de armas
crece con una guerra. Y los precios suben con
la demanda. Negocio es negocio.
El
sol resplandecía. Me senté en un banquillo en la plazoleta frente al museo. Unos
adultos y niños hacían cola para “manejar” un enorme tanque de guerra.
Tolstói decía que cazar animales equivalía a perder el potencial espiritual de la compasión. Por otro lado, si nos los comemos, convertimos
nuestro cuerpo en un cementerio. Algo parecido leí en Schopenhauer.
Tolstói
también decía que quien ama la guerra debe estar de primero en el frente de
combate.